La leyenda del Timón Alado.

15.11.16

CUENTO DE NOVIEMBRE DE 2016
1er Cuento escrito a partir de aportaciones consensuadas de nuestr@s alumn@s 

* Este es un cuento original de El Timón Alado

Cuenta la leyenda, es decir…

Érase una vez hace muchos, muchos años… milenios diría yo, un pequeño duende llamado Verdecito que vivía en un bosque cercano a un río. 

Aquél era un paraje tan bello y resplandeciente en las mañanas estivales, que le llamaban El Paraíso.

Verdecito tenía su hogar en una cueva que se adentraba en la tierra a través de una milimétrica hendidura entre dos rocas.

Una noche mientras el duendecillo dormía y roncaba como hacen todos los pequeños duendes y los grandes gnomos de El Paraíso, en su sueño se le apareció una figura sobrecogedora. 

Se trataba del Gran Mago Merlín. Merlín lucía una barba tan larga que se le enredaba entre las piernas, una túnica más blanca que el brillo de la nieve al sol y un sombrero de pico puntiagudo plagado de estrellas doradas.

En el sueño, Merlín decía a Verdecito que si quería algún día volar, tendría que tomar una rueda de su carro y meterse con ella en el río…

A la mañana siguiente, muy convencido, Verdecito así lo hizo. Tomó una rueda de su carro de paseo y corrió veloz profiriendo alaridos de puro contento hasta llegar al río Aurum, que así le pusieron a aquel arroyo sus antepasados por los destellos que se multiplicaban con el paso del agua tan pronto como el astro sol hacía acto de aparición por entre las lejanas montañas.

De un enorme salto Verdecito se lanzó al agua helada asentando sus redondas posaderas en el centro de la rueda, en donde se dibujaba un corazoncillo rojo bermellón.

La rueda avanzaba rápidamente virando a diestra y siniestra mientras el duendecillo reía divertido, como si estuviera en una atracción de feria. 

Al cabo de un buen rato, ya un tanto cansado y mareado, Verdecito se preguntó dónde iría a parar. No le dio tiempo a buscar respuesta, pues de repente se halló en la desembocadura del Aurum.

Los ojillos de Verdecito se abrieron entonces como platos. Se quedó atónito ante su visión pues era la primera vez que veía el mar. Aquella masa de agua era tan inmensa como el mismísimo cielo. Y de un azul tan intenso… Estaba extasiado.

Finalmente Verdecito se tumbó sobre la rueda, y mirando las nubecillas pasar, se quedó dormido.

Se despertó con un enorme estruendo. Abrió  sus ojos y comprobó  sorprendido y asustado que se hallaba rodeado de unas olas enormes, mientras el cielo oscurecido se rasgaba a cada segundo con relámpagos siniestros.

Una sensación extraña se apoderó de Verdecito. Y es que él no había conocido nunca el miedo. Ahora, sin duda, lo iba a conocer.

Los vaivenes de la rueda resultaban escalofriantes. Arriba… abajo… a un lado… al otro. Verdecito ya no sabía si se hallaba bajo el mar o sobre él.

Aquello era una auténtica pesadilla. De tanta sacudida y tanto estupor, su mente no daba crédito a lo que le sucedía y finalmente quedó inconsciente…

Al volver en sí, muy aturdido, se vio envuelto de algas sobre la arena de una playa. De puro milagro Verdecito había sobrevivido. 

Lo que no sabía era que el mismísimo Poseidón, dios del mar, había acudido hasta él y engarzándolo con su magnífico tridente, lo había lanzado hasta la costa.

Verdecito levantó su cabeza y contempló en derredor. Se hallaba en una isla que parecía desierta y junto a él estaba la rueda con el corazón en su eje. 

El duendecillo miró muy extrañado a la rueda. Le habían crecido unos pomos exteriores y ahora parecía un timón de barco. Era la huella que Poseidón había dejado de su intervención.  

Verdecito cogió el timón y se dirigió hacia las palmeras del fondo. Tomó un coco que vio en el suelo, lo rompió de un solo golpe contra una piedra y bebió de su interior. El agua de coco estaba riquísima y lo revitalizó completamente.

Verdecito se introdujo unos metros hacia el interior de la isla entre palmeras y helechos hasta alcanzar un pequeño claro. Allí decidió descansar y secarse al sol.

Después del terrible suceso en el mar, ahora se sentía en la gloria. 

Recordó que “el sol es vida”- como solía decirle Paquita, su abuelita paterna durante las visitas a la casa de veraneo cercana a El Paraíso - 

Tan recuperado y agradecido por seguir vivo se sintió Verdecito que comenzó a corretear cantando y danzando mientras hacía sonar su flautín, instrumento del que siempre se acompañaba llevándolo colgado en bandolera.

Poseidón había sido avisado de la presencia del duende en sus mares por Merlín al que le unía una gran amistad desde el naufragio del mago en tiempos muy, muy remotos… pero esa es una historia muy larga que contaremos en otra ocasión.

Verdecito cantó y danzó sin cesar durante horas hasta que se sintió desfallecer. Cansado y hambriento se acercó hasta una palmera enorme, tomó de nuevo otro coco y se lo zampó casi entero. Se tumbó después sobre el tronco de la palmera y se durmió de inmediato. 

Y mientras dormía y roncaba profundamente como todo buen duende, de nuevo se le apareció en sus sueños el mago.

Merlín le dijo esta vez que si quería regresar a El Paraíso debía aproximarse al claro de la selva, encontrar allí la pequeña gruta donde se guardaba un cofre y abrirlo utilizando la llave dorada que llevaba colgada al cuello.

Al despertar a la mañana siguiente, Verdecito recordó lo que había soñado y se dirigió al claro. Anduvo por allí durante un rato hasta dar con la gruta.  Se palpó el pecho y descolgó la llave dorada. 

Verdecito llevaba esa llave desde que nació. Su mamá la llamaba “la llave de la herencia”. Se trataba de una llave muy especial que todo duende lucía en el pecho desde el día de su nacimiento. 

La leyenda cuenta que era cosa de magia, de Alta Magia. Cada vez que nacía un duende, se escuchaban unas campanillas sonar como desde el cielo y… ¡PLAM!... de repente caía una llavecita de oro sobre la cuna destinada al recién llegado.

Tomó pues Verdecito su llave y se adentró en la pequeña cueva. Estaba tan oscura y fría que el duende comenzó a temblar. Dicen algunas malas lenguas    -que suelen ser las de los duendes modernos que se creen muy valientes porque juegan a las batallas en pantallitas de colores- que nuestro héroe temblaba más de miedo que de frío, pero nosotros lo dejaremos en la duda.

Temblando pues, sea por un motivo u otro, Verdecito creyó que lo mejor sería salir y tratar de iluminar con una antorcha o de algún otro modo aquel antro, pero justo en el momento en que se volvía hacia la entrada le pareció vislumbrar un pequeño destello al fondo. 

De rodillas, palpando el suelo, y por supuesto, temblando, se aproximó hasta allí  y pudo reconocer con su tacto la presencia de un enorme cofre.

Lo arrastró entonces hasta la salida y allí mismo, en el claro, justo enfrente de la playa, todavía con visibles temblores -éstos eran de puro nervio-  se sentó Verdecito sobre la rueda convertida en timón para tomar impulso, introdujo su llave en el cofre, la giró y…

¡FLASH! Todo se inundó de una luz cegadora y… de repente al timón le crecieron unas enormes y blanquísimas alas que empezaron a batir y hacer volar al timón y a Verdecito, quien no daba crédito a lo que le sucedía. 

Agarrado al timón podía dirigir su vuelo. Así que se dispuso a regresar a casa, no sin antes recorrer desde el cielo toda aquella maravillosa isla disfrutando de las preciosas vistas como un enano -nunca mejor dicho- 

Todo aquello tenía que ser obra de Merlín, -pensó Verdecito- Lo que no sabía el duende era que lo sucedido se debía al dios Hermes, quien por saldar una antigua deuda con Poseidón había accedido a dejar las alas de su sombrero en el cofre de la gruta. Las alas del sombrero de Hermes, al abrirse la tapa del cofre y recibir la luz del sol habían cobrado vida y se habían acoplado al objeto más cercano para poder echar a volar.

Volvió Verdecito a su hogar en El Paraíso, y viéndolo llegar los vecinos pilotando el timón alado, fue aclamado como un héroe, como un héroe que mereció la ayuda de los mismísimos dioses del Olimpo aunque nunca lo supiera.

Durante todo lo que restaba de la Era de los dioses y de los héroes, el dios Hermes tan sólo pudo realizar vuelos rasantes con las alas de sus sandalias. Los vuelos de altura, los grandes vuelos los hacía el famoso duendecillo de Las Tierras Altas, el amoroso y valiente Verdecito, el rey de los duendes de El Paraíso.

Y colorín colorado, la leyenda... ¡¡¡ HA  COMENZADO !!!


Autores: Samuel, Qian Yan, María, Aurora y Elías (por orden de edad)

Facilitador: E. Glez




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