* Éste es un cuento original de El Timón Alado
UNA SORPRESA GIGANTESCA
Hubo un tiempo muy lejano en que existió un vasto
territorio llamado Megalandia.
Todo lo que allí había era de un tamaño enorme. Las
plantas, los árboles, las piedras, los ríos… absolutamente todo era muy pero que muy grande.
Y como no podía ser de otro modo, sus habitantes eran los
Gigantes.
Los Gigantes de Megalandia se caracterizaban además de su
gran tamaño, por tener un solo ojo en el centro de la frente.
Un buen día, mientras paseaba por el bosque de secuoyas, el
Gigante Catapum, llamado así por el
estruendo que generaba cada pisada suya sobre la tierra, se encontró con un ser
espantoso tan enorme como él, pero con un rostro completamente desfigurado y repleto
de arrugas, un rostro realmente horrible. Ni siquiera tenía ojos.
- ¡Y yo que creía que los gigantes éramos feos…
Comparados con este espécimen somos más bellos que el príncipe de Beukelaer! -exclamó
Catapum haciendo retumbar el bosque
con sus carcajadas.
- ¿Y vos quién narices sois? ¿Y qué narices hacéis en
nuestro bosque? – contestó aquel extraño y horripilante ser.
- ¡Pues yo soy Catapum Chimpum, Rey de los Gigantes y de
estas tierras; y por tanto amo y señor de este bosque! – vociferó de nuevo el
Gigante.
- ¡Ja, ja, ja! -se reía con
ganas aquel espantoso ser sin ojos.
- ¡Pues yo soy Ojicornio, Rey de los Monstruos, y me
llaman así porque en mi frente no hay ojos, pero sí un afilado cuerno! -dijo el
monstruo cornalón tocando con las puntas de sus dedos, aquel asta desafiante
que apuntaba al barrigón de Catapum.
- ¡Nosotros los Monstruos
llevamos milenios en este bosque y jamás habíamos topado con nadie como vos por
estos andurriales! -dijo en un tono retador.
- Aunque los monstruos
seamos ciegos por falta de ojos, poseemos muy buenos oídos y finísimo olfato… ¡Con
estos agudos sentidos nos sobraría para detectar vuestra bravucona y pestilente
presencia a la legua! – aseveró insultante Ojicornio.
Al escuchar tamaña ofensa, el gigante Catapum se abalanzó sobre el monstruo
agarrándole del cuello.
Y fue en ese preciso instante cuando se percató del
colgante que lucía sobre el pecho del monstruo.
-
¡Un colgante de Corazón Sonriente!- exclamó
tan sorprendido como emocionado Catapum, rompiendo
a llorar de alegría.
Y entonces le contó a Ojicornio la historia que todos los
Gigantes escuchaban desde pequeños y que se transmitía de generación en
generación.
Hacía mucho, mucho tiempo, hubo una familia de gigantes ciegos que se perdieron en el
bosque. Eran los mejores de entre ellos, y aunque eran orgullosos, destacaban
por su sabiduría, bondad y entrega.
La leyenda nos dice que si alguna vez hallamos un
colgante de corazón sonriente, habremos de saber que nos traerá gran fortuna,
porque perteneció en su día a uno de nuestros hermanos. Quizás al mejor de
ellos.
Y así fue que Gigante y Monstruo se fundieron en un
abrazo inmenso entre lágrimas de emoción.
Y esa misma noche hubo en el bosque una fiesta de celebración
grande, grande… mayúscula, como no podía ser de otro modo tratándose de
Megalandia.
Monstruos y Gigantes danzaban al son de los enormes tambores
y trompetas.
El estruendo y la algarabía se escuchaban en los confines
del mundo.
¡Qué grande es el encuentro!
¡Qué importante hallar el vínculo!
Y colorín
colorado… ¡¡¡Gigantes y Monstruos por fin se han abrazado!!!