¿Qué hay detrás de los enfados con mis hijos?

22.11.16

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Se puede afirmar que la emoción que preside muchas de las situaciones en el entorno familiar es la del enfado. El enfado se asocia a la ira y cuando sucede en demasía, termina por menoscabar la armonía deseable en el hogar.
Pero en gran medida esta emoción del enfado responde en realidad a una frustración propia por no estar ejerciendo bien el rol de padre/madre, por creer que no se es lo suficientemente bueno en ello.
El temor de “no estar a la altura” subyace en el carácter perfeccionista, en el afán exagerado de que todo sea correcto y salga perfecto y en la impertinente y casi siempre inconsciente autoevaluación por la que si mi hijo falla, en realidad, el que yerra soy yo. 
En última instancia mi enfado expresa rabia conmigo mismo por considerar lo sucedido como un fiasco en mi rol de educador, escondiendo a su vez el temor al fracaso y la culpa por creer que no se es lo suficientemente válido.
Es de este miedo al fracaso, del que se deriva la necesidad constante de aprobación, junto a una escasa tolerancia a la frustración, un elevadísimo nivel de autoexigencia y un perfeccionismo exagerado.
Sería oportuno regresar al “fracaso primigenio”, al origen de la sensación de frustración para desencallar los bloqueos emocionales suscitados a raíz del mismo. Con toda probabilidad, encontraremos dicho origen en nuestra propia infancia, un origen inmerso en nuestras propias relaciones parentales de dicha etapa, lo que nos lleva a percibir hasta qué punto repetimos patrones heredados.
Sin embargo, bueno es reconocer que si somos capaces de ampliar la visión de los hechos, percibimos una realidad distinta en la que uno mismo no aparece como mero agente pasivo que sufre las consecuencias de circunstancias azarosas y del arrebato de la ira, sino como agente activo que tiene algo que aprender de todo ello.
En realidad, esto se resuelve tomando conciencia del auténtico significado de cada realidad, del verdadero origen de esas emociones y actuando a este nivel; y en la medida posible de cada caso concreto, restándole relevancia al enfado en sí y abrazando la serenidad y la confianza, desdramatizando tales situaciones.
Un buen comienzo reflexivo sería darnos cuenta de que si nos enfadamos con cierta facilidad es porque en realidad vivimos en un estado de propensión al enfado mismo, lo que suele expresarse como “estar irascible”. Si no hay tal estado, estas reacciones emocionales excesivas ya no se llegan a producir. 
Así pues, el problema deja de estar en el plano de la inconsciencia y a partir de ese momento aparece la lucidez que nos permite saber qué nos pasa, por qué nos pasa e incluso para qué nos pasa. 
Es entonces cuando podemos actuar a nivel del estado de ánimo como factor que predispone a la ira y el enojo y hallar el modo de aceptación y serenidad y cuando podemos incidir sobre tal emoción, detectándola y observándola, des-identificándonos de ella y viendo qué necesidad nos insta a cubrir. 
Y por supuesto, podemos actuar a posteriori, reflexionando sobre todo ello, realizando un proceso meta-cognitivo al respecto.
Así nos daremos perfecta cuenta de que los estímulos externos que provocan ese enfado no son más que “avisos” de que algo interno necesita de atención. 

Si cada vez somos más conscientes de esto, podremos poner remedio al instante. De no ser así, la introspección la habremos de realizar a posteriori, ya que se habrá producido un “secuestro emocional” que  impide cualquier actuación consciente en dicho momento.

Así pues, consciencia y mayor consciencia. Tal es la tarea y el compromiso personal requerido en todo el ámbito educativo actual; tal es nuestra responsabilidad ahora. 



E.Glez

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